PRIMER PASO: ACÉRCATE A TU PESO ÓPTIMO.
Antes de comenzar a describir el peso óptimo, motivo del presente documento, me referiré al peso ideal, que es el que habitualmente aparece en las publicaciones de nutrición y medicina.
La palabra “ideal” deriva de la raíz latina idea- (prototipo, representación mental de la realidad) y el sufijo -ealis (relacionado con). Así, el llamado “peso ideal” para los seres humanos, no es más que eso: un peso corporal que se reconoce por la “idea” de que es el mejor peso para todos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) invita a todos a calcular nuestro “peso ideal” con fórmulas matemáticas y sugiere que todos nos acerquemos a este peso para considerarnos sanos. Varias herramientas se han difundido para calcular el peso ideal, algunas de ellas consideran grupo étnico, sexo y edad, pero las más sencillas no lo hacen. El método más utilizado es el cálculo del índice de masa corporal (IMC), que se basa en la medición de la estatura –y sólo de la estatura– para estimar este “peso ideal”, y de ahí se parte para diagnosticar enfermedad (o riesgo de enfermedad) en el individuo que se encuentra fuera de este rango.
En este artículo omitiré hablar del peso ideal por dos motivos fundamentales: 1) históricamente se ha visto una falta de correlación entre el peso ideal y el verdadero riesgo de presentar enfermedades metabólicas y 2) su cálculo no considera grupo étnico, sexo, edad, complexión ni estatus metabólico, lo que a mi entender convierte al peso ideal en un peso “irreal”.
Aquí describiré, en cambio, lo que nombraré provisionalmente como PESO ÓPTIMO. El peso óptimo (o peso metabólicamente óptimo, o punto de equilibrio metabólico) se trata de “el peso en el que el metabolismo de una persona se encuentra en perfecto equilibrio”. Este peso no se calcula con una fórmula internacional ni aplica por igual para todos. Más bien se refiere al peso corporal en el que todos los órganos y sistemas se encuentran en equilibrio y funcionan de la forma más eficiente posible.
Este punto de equilibrio metabólico, o de máxima eficiencia metabólica, se obtiene cuando los factores que interfieren con el adecuado funcionamiento de nuestro metabolismo se reducen al mínimo. Los factores que normalmente interfieren son diversos: incluyen los genéticos (herencia), intrínsecos (peso, inflamación, estrés físico o mental) y ambientales (clima, infecciones, aspectos sociales). Podemos modificar algunos factores intrínsecos y ambientales para alcanzar nuestro peso óptimo.
En sangre se pueden medir una gran variedad de marcadores de eficiencia metabólica, aunque tradicionalmente se les clasifica como marcadores inespecíficos. Entre ellos se encuentran los llamados reactantes de fase aguda como la velocidad de sedimentación globular y la proteína C reactiva de alta sensibilidad. Podemos agregar la insulina sérica basal, cortisol sérico, lípidos séricos y la fracción A1c de la hemoglobina como marcadores metabólicos cuya alteración persistente traduce un aumento en el riesgo de enfermedades crónico-degenerativas. Otros indicadores metabólicos incluyen las pruebas de funcionamiento hepático, balance del nitrógeno y del hierro, así como otros factores inmunológicos y de coagulación que se pueden medir de forma dirigida, si el caso lo amerita.
Estos marcadores de eficiencia metabólica permanecen en el rango normal en dos circunstancias: 1) en ausencia de enfermedad y 2) en un equilibrio metabólico. El equilibrio metabólico se alcanza en su mayor parte cuando se ha logrado un peso corporal óptimo. Una persona que está en equilibrio metabólico está libre de síntomas, se encuentra en un estado de bienestar físico y mental continuo. Es medible por laboratorio, y a largo plazo se traduce en una disminución del riesgo de presentar enfermedades crónico-degenerativas.
Recalco que el peso óptimo es individual, no colectivo. Esto quiere decir que es diferente en cada persona y guarda una relación estrecha con diversos factores individuales como grupo étnico, sexo, edad, estatura, complexión, estado físico y mental, medio ambiente, así como de la situación hormonal y metabólica del momento. A diferencia del llamado “peso ideal”, en este caso no existe una fórmula internacional mágica que nos ayude a calcular o estimar el peso óptimo. Al peso óptimo se le va a reconocer sólo cuando se ha llegado a él, (o se ha acercado lo más posible a él). El punto de equilibrio se logra cuando los marcadores de eficiencia metabólica se encuentran en el rango normal, sugiriendo la ausencia de disruptores que propician un desequilibrio metabólico. La meta se encuentra, más que en un peso calculado, en la evidencia de un metabolismo eficiente y en el peso necesario para obtenerlo.
Un peso corporal por arriba del peso óptimo causará un estrés metabólico que se puede reconocer por la alteración de los exámenes de laboratorio mencionados y se manifiesta con síntomas inespecíficos como: cansancio, sueño, fatiga, síntomas gastrointestinales, musculares, dolores de cabeza, cuello, hombros, etc. Si persiste el desequilibrio por años, se eleva el riesgo de presentar enfermedades crónico-degenerativas como diabetes, hipertensión y cáncer, entre otras.
Un peso corporal por debajo de este equilibrio también causará estrés metabólico que se manifiesta elevando el riesgo de enfermedades como anemia, infertilidad y también cáncer. En un peso equilibrado, todos los órganos –incluyendo sistema nervioso, muscular, esquelético, adiposo, cardiovascular y gastrointestinal– no generan síntomas pues tienen un mínimo de estrés metabólico.
CONTINÚA CON EL SEGUNDO PASO: INCLUYE PROTEÍNAS Y ACEITES ESENCIALES EN TU DIETA.